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jueves, 6 de septiembre de 2012

cronica de un periodista


El día se veía cubierto de espesas nubes grises. Una leve brisa susurraba por entre los árboles del parque. El periodista extranjero cruzó el prado y se dirigió a su casa. Las primeras gotas de fría lluvia cayeron a la calle. Con estruendo, un avión blanquirrojo se lanzó hacia las nubes y desapareció detrás de la cortina de niebla gris.
El periodista extranjero entró en su casa y puso en una mesa de la antesala unos libros y periódicos que había traído. "Un día preciso para tomarse un tinto y sentarse a leer", pensó. Se sentó y tomó un libro. "Formal e informalmente —empezó a leer— Bogotá vive del café. El tinto, el pocillo de tinto es un instrumento de comercio social tan eficaz entre nosotros como la pipa de la amistad entre los antiguos pieles rojas. Nada se hace aquí sin café". El periodista extranjero tomó un sorbito de su tinto y prosiguió: "El negocio, el plan político, la charla insustancial, la meditación, el ensueño, hasta el mismo silencio, están manejados por el tinto. Puede decirse que el café tinto es la sangre que alienta en el noble corazón de la ciudad". El periodista extranjero dejó el libro y tomó un periódico actual. Pero hacía poco se había sentido disgustado con las columnas, con los artículos, con los reportajes, con la información que podía extraer del periódico.

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"Es que hoy en día no hay ni tiempo ni espacio para relatos folletinescos en los periódicos —pensaba—. Ocurren tantas cosas y hay tanta información para transmitir, que no queda tiempo para reflexionar. Uno se ve limitado a los titulares". La reflexión fue sustituida por las columnas.
Los columnistas son ahora los reporteros del folletín. ¡Que equivocación! Ellos, en su mayoría, suelen hundirse en sus habituales juegos de palabras, pretendiendo de esa manera llenar el vacío que dejó la desaparición del folletín en los periódicos colombianos. Pero no se trata de eso. No se trata simplemente de aferrarse a una opinión individual.
Aún más pesar da la falta de este elemento fundamental de una cultura periodística como es el folletín, cuando nos damos cuenta de que él era una tradición en Colombia. Que había personas con esa habilidad de relatar en un estilo que lindaba entre periodismo y literatura.

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Una de esas personas era José Joaquín Jiménez —Ximénez— quien entre 1932 y 1946 trabajó como reportero de la sección judicial de El Tiempo (¿por qué la suprimieron?). En el libro que aquí se reseña, su hijo y su viuda reunieron unos textos ejemplares de este reportero, que se hizo famoso con sus saltos entre poesía y crónica. Con ocasión de cumplirse el año pasado el quincuagésimo aniversario de su fallecimiento, fue publicado este libro. Una muestra de los trabajos de un hábil periodista cuyo tema no sólo eran los crímenes, sino más bien los problemas sociales que encontraba en los bajos fondos. Fue así como llegó a convertirse en el cronista mayor de Bogotá y en un pionero del periodismo moderno en Colombia.
Sus crónicas tratan de las calles de Bogotá, reúnen impresiones como si fueran de una "revista de la ciudad", relatan destinos y acontecimientos de "pobres gentes" y también de "vidas extraordinarias" y culminan en las observaciones rigurosas de un "enviado especial". De Ximénez, quien nació el 19 de diciembre de 1915 en Bogotá, se cuentan anécdotas simpáticas que ayudan a entender de dónde sale el misterio que se ha tejido alrededor de su persona. Ximénez, como él mismo solía apodarse, se definía a sí mismo como "un cronista, un reportero vil, un escritorzuelo estúpido e ingenuo" que se hizo famoso al inventar que los protagonistas de sus reportajes acostumbraban dejar alguna nota o poemas. De ese modo, él armaba la historia de un acontecimiento real como si fuera una novela. Su propia imaginación casi nunca se quedó fuera de la crónica. Una vez le tocó inventar una crónica (pues no había ocurrido nada, situación respecto a la cual llegó a escribir un comentario, lamentándose de ello) en la que contó como un astuto negociante colombiano había vendido varias veces unos restos falsos de Simón Bolívar a turistas estadounidenses. La noticia, que Ximénez tomó de un chiste popular, fue reproducida en varios periódicos de Estados Unidos. Otra de sus travesuras consistió en la invención de un ladrón apodado Rascamuelas, que se hizo tan conocido que causó pánico entre los habitantes de los barrios donde Ximénez lo hizo aparecer. Hasta tal punto llegaron las cosas, que el comandante de la policía metropolitana organizó una operación para capturar al ladrón e invitó a varios periodistas, entre ellos a Ximénez.

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José Joaquín Jiménez marco un paso muy importante en el desarrollo del periodismo colombiano. Por lo tanto, constituye un aporte muy valioso de la Editorial Planeta haber publicado este libro, lo cual ojalá contribuya a impedir, como dijo Daniel Samper en su homenaje al cronista el año pasado, "que su nombre se pierda en la neblina de la historia como si se tratara de otro salto de Tequendama".
El periodista extranjero puso al lado el libro y sintió un sabor amargo ante la pobreza intelectual en los actuales medios de información de Colombia. ¡Cómo ha cambiado El Tiempo! ¡Cómo hace falta la mirada crítica de un folletín, precisamente en estos tiempos, precisamente para este pueblo! ¡A la sección judicial no le harían falta temas! Lo que hace falta a los lectores es tiempo: de los cincuenta muertos de hoy no se puede acordar por los cincuenta muertos de mañana. La fuerza de la impresión diaria de la violencia apaga la sensación que puede causar un destino individual. Lo que sobra son columnas — a veces inútiles— de clientelistas y partidistas.
Las gotas de lluvia golpean los cristales de la ventana. Los faroles iluminan débilmente las calles. Por las paredes de papel pasa el ruido del televisor del vecino. Sonido de ametralladoras. Gritos. Unos muchachos se emborrachan a la entrada de una tienda tomando cerveza y dándole vueltas al tiempo. La noche desciende de la cordillera. ¡Duérmete, Bogotá, duérmete!

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